Hacer UNA VACUNA
Desde el momento en que se empieza a estudiar un potencial medicamento para una enfermedad hasta el día en el que está efectivamente disponible para los pacientes pueden pasar muchos años, unos diez o quince en condiciones normales. En algunos casos, se ha tardado hasta tres décadas. En otros, como en la vacuna del VIH, la ciencia lleva 40 años investigando sin dar aún con la vacuna. Pero con más de 4,7 millones de infectados en el mundo y más de 319.000 muertos no estamos en una carrera normal, sino en la prueba de los 100 metros lisos de los Juegos Olímpicos. Los científicos se han puesto manos a la obra y en poquísimas semanas se han dado pasos de gigante y se han saltado fases que en otros momentos hubieran tardado entre dos y cuatro años. Según la Organización Mundial de la Salud (OMS), existen casi 120 vacunas candidatas para tratar la Covid-19. De estas, ocho se encuentran en fase 1 o 2 de los ensayos clínicos. El resto, 110, se encuentran en fase preclínica.
Toda vacuna requiere primero una fase de exploración en laboratorio. El objetivo inicial es la búsqueda de antígenos (naturales o sintéticos), compuestos capaces de inducir una respuesta del sistema inmunológico. Los antígenos pueden estar constituidos por virus, bacterias y otros agentes infecciosos debilitados. En el caso de los coronavirus ya había investigaciones en curso de patógenos similares al de la Covid-19, como el SARS-CoV y el MERS-CoV.
En este paso, el objetivo es evaluar la capacidad de los antígenos seleccionados para causar la respuesta inmune que se busca, así como su seguridad. Para ello, se prueban estas potenciales vacunas tanto en cultivos celulares (lo que se llaman experimentos in vitro) como en animales (pruebas in vivo). En esta fase también se busca medir la dosis óptima que sea eficaz y a la vez más segura e identificar los métodos para hacer más eficaz la respuesta inmunitaria generada. En esta fase se prepara un dossier sobre la vacuna candidata, una especie de DNI sobre la sustancia que se llama IMPD (Dossier de Producto de Investigación Medicinal, por sus siglas en inglés), que se va actualizando en cada fase y que tiene un formato muy reglamentado. Toda la documentación se tiene que enviar a EudraCT, una base de datos de la Agencia Europea del Medicamento (EMA) para los ensayos clínicos. La fase preclínica suele durar uno o dos años, y la mayoría de las sustancias no suelen superarla. Aun así, muchos laboratorios en el mundo casi han completado ya esta fase para la vacuna de la Covid-19 y están a punto de pasar a la siguiente con algunos de sus candidatos. Esto se debe sobre todo a dos motivos: por un lado, gracias al secuenciamiento temprano del virus y también por los conocimientos previos sobre los coronavirus, desde el principio ha sido posible identificar rápidamente dianas (antígenos) para posibles vacunas.
Después de las pruebas en animales se pasa a las pruebas en humanos. Dentro este proceso, se distinguen varias subfases.
En la subfase 1 se realiza un primer estudio con un pequeño grupo de voluntarios adultos sanos (algunas decenas) que suele durar unos cuantos meses. Normalmente, los participantes reciben una dosis muy baja del medicamento con el objetivo de evaluar (de nuevo) la seguridad del medicamento estudiado y la reacción del organismo al nuevo fármaco. Pruebas en unos cientos de pacientes.
En la subfase 2 se empieza a testear en todo tipo de pacientes, no solo en voluntarios sanos. Ya no serán solo unas pocas docenas, sino varios cientos. El objetivo principal de esta fase es valorar si la dosis que se ha establecido, además de no ser tóxica, es eficaz frente a un fármaco de referencia o a un placebo. A menudo se utiliza la técnica del doble ciego: a unos pacientes se les suministra un placebo y/o el fármaco de referencia, y a otros, el fármaco, y ni los pacientes ni los médicos saben quién pertenece a qué grupo hasta el final. Si un porcentaje significativo de los pacientes medicados muestra mejoras, el medicamento está listo para la siguiente fase, que también dura entre seis y ocho meses y en la cual ya se emplean millares de pacientes.
En la subfase, tres, el número de voluntarios es ampliamente superior. Pueden incluir a miles de personas en un país o varios países, monitoreados desde varios centros. De esta forma se pueden detectar efectos secundarios que en las fases previas con grupos pequeños pueden no manifestarse. Las pruebas de este período son aleatorias y siguen siendo de doble ciego. Esta suele ser la fase más cara de la investigación. Se trata a los voluntarios en condiciones que se asemejan lo más posible a la realidad. Una vez acabada esta subfase los investigadores tienen que explicar cuáles son los métodos de fabricación del medicamento y las instalaciones donde se podría llevar a cabo y presentar Los buenos resultados preliminares
Desde el momento en que se empieza a estudiar un potencial medicamento para una
enfermedad hasta el día en el que está efectivamente disponible para los pacientes pueden pasar muchos años, unos diez o quince en condiciones normales. En algunos casos, se ha tardado hasta tres décadas. En otros, como en la vacuna del VIH, la ciencia lleva 40 años investigando sin dar aún con la vacuna. Pero con más de 4,7 millones de infectados en el mundo y más de 319.000 muertos no estamos en una carrera normal, sino en la prueba de los 100 metros lisos de los Juegos Olímpicos. Los científicos se han puesto manos a la obra y en poquísimas semanas se han dado pasos de gigante y se han saltado fases que en otros momentos hubieran tardado entre dos y cuatro años. Según la Organización Mundial de la Salud (OMS), existen casi 120 vacunas candidatas para tratar la Covid-19. De estas, ocho se encuentran en fase 1 o 2 de los ensayos clínicos. El resto, 110, se encuentran en fase preclínica.
Toda vacuna requiere primero una fase de exploración en laboratorio. El objetivo inicial es la búsqueda de antígenos (naturales o sintéticos), compuestos capaces de inducir una respuesta del sistema inmunológico. Los antígenos pueden estar constituidos por virus, bacterias y otros agentes infecciosos debilitados. En el caso de los coronavirus ya había investigaciones en curso de patógenos similares al de la Covid-19, como el SARS-CoV y el MERS-CoV.
En este paso, el objetivo es evaluar la capacidad de los antígenos seleccionados para causar la respuesta inmune que se busca, así como su seguridad. Para ello, se prueban estas potenciales vacunas tanto en cultivos celulares (lo que se llaman experimentos in vitro) como en animales (pruebas in vivo). En esta fase también se busca medir la dosis óptima que sea eficaz y a la vez más segura e identificar los métodos para hacer más eficaz la respuesta inmunitaria generada. En esta fase se prepara un dossier sobre la vacuna candidata, una especie de DNI sobre la sustancia que se llama IMPD (Dossier de Producto de Investigación Medicinal, por sus siglas en inglés), que se va actualizando en cada fase y que tiene un formato muy reglamentado. Toda la documentación se tiene que enviar a EudraCT, una base de datos de la Agencia Europea del Medicamento (EMA) para los ensayos clínicos. La fase preclínica suele durar uno o dos años, y la mayoría de las sustancias no suelen superarla. Aun así, muchos laboratorios en el mundo casi han completado ya esta fase para la vacuna de la Covid-19 y están a punto de pasar a la siguiente con algunos de sus candidatos. Esto se debe sobre todo a dos motivos: por un lado, gracias al secuenciamiento temprano del virus y también por los conocimientos previos sobre los coronavirus, desde el principio ha sido posible identificar rápidamente dianas (antígenos) para posibles vacunas.
Después de las pruebas en animales se pasa a las pruebas en humanos. Dentro este proceso, se distinguen varias subfases. En la subfase 1 se realiza un primer estudio con un pequeño grupo de voluntarios adultos sanos (algunas decenas) que suele durar unos cuantos meses. Normalmente, los participantes reciben una dosis muy baja del medicamento con el objetivo de evaluar (de nuevo) la seguridad del medicamento estudiado y la reacción del organismo al nuevo fármaco.
Pruebas en unos cientos de pacientes. En esta subfase 2 se empieza a testear en todo tipo de pacientes, no solo en voluntarios sanos. Ya no serán solo unas pocas docenas, sino varios cientos. El objetivo principal de esta fase es valorar si la dosis que se ha establecido, además de no ser tóxica, es eficaz frente a un fármaco de referencia o a un placebo. A menudo se utiliza la técnica del doble ciego: a unos pacientes se les suministra un placebo y/o el fármaco de referencia, y a otros, el fármaco, y ni los pacientes ni los médicos saben quién pertenece a qué grupo hasta el final. Si un porcentaje significativo de los pacientes medicados muestra mejoras, el medicamento está listo para la siguiente fase, que también dura entre seis y ocho meses y en la cual ya se emplean millares de pacientes.
En esta nueva subfase, la tres, el número de voluntarios es ampliamente superior. Pueden incluir a miles de personas en un país o varios países, monitoreados desde varios centros. De esta forma se pueden detectar efectos secundarios que en las fases previas con grupos pequeños pueden no manifestarse. Las pruebas de este período son aleatorias y siguen siendo de doble ciego. Esta suele ser la fase más cara de la investigación. Se trata a los voluntarios en condiciones que se asemejan lo más posible a la realidad. Una vez acabada esta subfase los investigadores tienen que explicar cuáles son los métodos de fabricación del medicamento y las instalaciones donde se podría llevar a cabo y presentarlo a las autoridades. La EMA en el caso de Europa es la que d
L a carrera por la vacuna contra l Iglesia porque lo copió a D.ecide si la información recopilada es suficiente para comercializar o no. En España, la encargada de autorizar el uso en humanos es la Agencia Española de Medicamentos y Productos Sanitarios (AEMPS), adscrita al Ministerio de Sanidad.
Existe una última fase de experimentación clínica, con el medicamento ya en las farmacias y hospitales y utilizado a gran escala. Se trata de monitorizar los efectos secundarios del fármaco, sobre todo los más raros, que pueden observarse solo cuando el medicamento es utilizado a gran escala.