SOBRE FEDERICO

PROHIBIDO MATAR

Rafael Rodríguez Rapún, el gran amor de García Lorca, murió en Santander en 1937

Las tres erres, como acostumbraba a decir Federico al referirse a quien durante algún tiempo había actuado en calidad de secretario particular en el grupo teatral La Barraca, falleció en el Hospital de sangre nº 4, de Santander, el 18 de agosto de 1937, ocho días antes de caer la ciudad en manos de las tropas franquistas.

Federico García Lorca y Rafel Rodríguez Rapún  Federico García Lorca y Rafel Rodríguez Rapún

 

Rafael Rodríguez Rapún (Madrid, 1912-Santander, 1937), el gran amor de Federico García Lorca, falleció en el hospital de sangre nº 4, de Santander, el 18 de agosto de 1937, ocho días antes de caer la ciudad en manos de las tropas franquistas. Hacía dos meses que había cumplido veinticinco años.

Conocíamos este hecho por haber sido incluido en el libro de recuerdos de Luis Sáenz de la Calzada sobre La Barraca, pero recientemente se ha corroborado y ampliado la información gracias a la publicación de las últimas investigaciones efectuadas por un estudioso de la vida y la obra de Federico García Lorca: el escritor irlandés nacionalizado español Ian Gibson.

Después de morir Lorca –a los pocos días de que también fuera asesinado su amigo Constantino Ruiz Carnero (1887-1936), director del periódico republicano El Ideal de Granada—, Rafael Rodríguez Rapún (las tres erres, como acostumbraba a decir Federico al referirse a quien durante algún tiempo había actuado en calidad de secretario particular en el grupo teatral La Barraca), tomó la decisión de alistarse en el Ejército republicano. Esta versión, más o menos parecida, la escuchó también Cipriano Rivas Cherif (1891-1967) al salir de prisión en El Dueso, pero nunca supo si era verdad o leyenda.

La escritora María Teresa León (1903-1988), esposa de Rafael Alberti, conocía bien a Rapún y estaba al tanto de la relación que existía entre él y Lorca. Cuando en octubre de 1936 se publicó en los periódicos de Madrid la respuesta del coronel González Espinosa al telegrama de H. G. Wells, quedando confirmado con toda certeza que el poeta había sido asesinado en Granada, María Teresa fue a ver a Rapún. «Nadie como este muchacho silencioso debió sufrir por aquella muerte –escribe en sus memorias—. Terminadas las noches, los días, las horas. Mejor morirse. Y Rapún se marchó a morir al frente del Norte. Estoy segura de que después de disparar su fusil rabiosamente se dejó matar. Fue su manera de recuperar a Federico«, dejará escrito en sus memorias.

Después de hacer un curso de artillería –nada menos que en Lorca (Murcia)- Rapún consiguió la graduación de teniente, y en el verano de 1937 se encontraba destinado al frente de una batería no lejos de Reinosa, en la localidad cercana de Matamorosa. Uno de los hombres a sus órdenes lo ha recordado como persona seria, cultivada y que hablaba poco. Eran los días de la ofensiva franquista contra Santander, y la lucha era intensa en toda la zona. La mañana del 10 de agosto la batería entró en acción contra la aviación rebelde y, alrededor del mediodía, ante un fuerte avance del enemigo, Rapún se adelantó con dos soldados para ocupar una nueva posición. Se apostaron en las afueras de Bárcena de Pie de Concha, donde un ataque aéreo inesperado los sorprendió. A diferencia de sus compañeros, Rapún no se echó al suelo, permaneciendo sentado en un parapeto. Una bomba explotó cerca y fue mortalmente herido.

Lorca había sido asesinado exactamente el mismo día hacía un año

“El certificado de defunción de Rafael Rodríguez Rapún precisa que éste murió el 18 de agosto de 1937 en el hospital militar de Santander, a consecuencia de las heridas de metralla recibidas en la espalda y en la región lumbar. Lorca había sido asesinado exactamente el mismo día hacía un año. Nadie en el hospital sabía la edad, lugar de nacimiento o los nombres de los padres del teniente de artillería fallecido. No hay testimonio alguno acerca de sus últimas horas, de sus últimas palabras. Fue enterrado en el cementerio de Ciriego, en una de las muchas tumbas que se iban abriendo paso loma abajo hacia el mar Cantábrico”.

Diez años más tarde, el 8 de septiembre de 1947 sus restos fueron trasladados por solicitud de su padre, Lucio Rodríguez, y en la actualidad se encuentran en las Urnas Centro 3 norte nº 214, del mismo cementerio.

Una idea nos ronda insistentemente: si Lorca hubiera podido cumplir la promesa hecha en el verano de 1934 en su visita el estudio santanderino del pintor Antonio Quirós de regresar a la  ciudad para recoger el cuadro que con que éste quería obsequiarle, su destino quizás hubiera tomado un rumbo bien diferente. Pero en el mes de julio de 1936 negras premoniciones se cernieron sobre un temeroso poeta que prefirió refugiarse en el seno familiar de su Granada, en vez de dirigirse hacia el Norte. El desarrollo de los hechos es bien conocido: en Granada cayó en manos de sus verdugos pronto sublevados, mientras que en Santander hubiera permanecido durante algo más de un año bajo el paraguas protector del Frente Popular. Quizás, también, la decisión desesperada de Rapún no hubiera estado sujeta a la fatalidad de los acontecimientos vividos. En ambos casos, todo ello sometido al quizás de un guerra cruenta y sujeta a un trágico desenlace para las personas de su mentalidad.

«BUEN FUTBOLISTA Y SOCIALISTA APASIONADO»

Rafael Rodríguez Rapún se incorporó a La Barraca en los primeros meses de 1933, cuando el grupo ensayaba la obra Fuenteovejuna, sustituyendo a Miguel González Quijano en el puesto de secretario del grupo que éste dejaba vacante.

Así le describe Gibson: «Es de constitución atlética, buen futbolista y socialista apasionado. Hace unos meses que se ha incorporado a La Barraca, y es ya su secretario, cargo que desempeña con tanta eficacia y con contabilidad tan transparente que todos lo respetan”. El diplomático chileno Carlos Morla Lynch (1888-1969), que asiste a la función, ha conocido a Rodríguez Rapún hace un mes con motivo del estreno de Don Perlimplín, de Lorca, interpretado por el santanderino Santiago Ontañón (1903-1989), encontrándolo «simpático, de fisonomía franca, insolente y gentil a un tiempo, y lleno de personalidad«, impresión que ahora se confirma.

Luis Sáenz de la Calzada (1912-1994), uno de los componentes de La Barraca, nos ha dejado una descripción más completa del aspecto de Rapún: “Cabeza más bien grande, braquicéfala, cabello ensortijado, frente no muy amplia surcada por una profunda arruga transversal; nariz correcta emergiendo casi de la frente, lo que le daba, en cierta medida, perfil de estatua griega; boca generosa de blanquísimos dientes con mordida ligeramente cruzada; ello hacía que, al reírse, alzara una comisura mientras descendía la otra. Barbilla enérgica, cuerpo fuerte con músculos descansados, poco hechos al deporte; me parece que no sabía nadar; solía ir vestido de oscuro, color que hacía más luminosa su sonrisa. Pisar seguro y andar decidido”.

Gibson, recogiendo declaraciones del director escénico Modesto Higueras (1910-1985), afirma que Rapún no era homosexual pero que acabó sucumbiendo a la magia de Lorca y ya no hubo vuelta atrás: «A Rafael le gustaban las mujeres más que chuparse los dedos, pero estaba cogido en esa red, no cogido, inmerso en Federico. Lo mismo que yo estaba inmerso en Federico, sin llegar a eso, él estaba inconscientemente en este asunto. Después se quería escapar pero no podía… Fue tremendo«, dice Higueras, ayudante que fue de Federico en La Barraca.

Lorca en La Barraca

En 1933 La Barraca actúa en Cantabria. No es la primera vez que acude a la provincia de Santander, puesto que ya en el verano de 1932, al regreso de su gira norteña por Galicia y Asturias, por recomendación de Carlos Morla sus componentes estuvieron en Santillana del Mar a finales de la primera decena de setiembre, y ante el mal tiempo reinante se contentaron con visitar la romántica villa, penetrando en las cuevas de Altamira, cuyas pinturas asombraron a Lorca, para después asistir a la lectura de una obra de Federico en la tranquilidad del hotel Pereda, «donde en la noche junto a la chimenea nos leyó Federico «Así que pasen cinco años«, obra que nos causó impacto y asombro«, recordará una de las más activas componentes del grupo: la actriz Mari Carmen García Lasgoity. Los santanderinos, conocedores de la gira, tenían todavía esperanzas de poder asistir a una de las representaciones, pero no hubo ocasión para ello.

En el verano de 1933, Carlos Morla Lynch, asiduo veraneante de la localidad trasmerana de Somo en una casita situada cerca de la bahía, espera que el conjunto universitario visite el pueblo y que Federico cumpla su promesa hecha en Madrid de montar una representación para sus rústicos habitantes. Con Morla y su mujer Bebe se encuentra otro matrimonio, compuesto por los escritores franceses Marcelle Auclair –que después será biógrafa de Federico— y Jean Prevost, y entre las visitas que reciben está la del historiador Américo Castro, uno de los profesores de la Universidad Internacional de La Magdalena.

Una tarde de agosto desembarcan de una de las lanchas que unen al pueblito con Santander tres muchachos, uno de los cuales es Rafael Rodríguez Rapún: «Los cuatro visten el mono azul que constituye el uniforme del teatro ambulante de Federico«. Otro es Luis Sáenz de la Calzada. Ese día Federico no acude a la visita, pero sí lo hace posteriormente vistiendo también el mono azul, en esta ocasión acompañándole el guitarrista Regino Sainz de la Maza (1896-1981), yerno ya de la escritora Concha Espina, con la cual ha coincidido en una noche neoyorkina de 1929. La vuelta a Santander la hacen con el poeta Gerardo Diego (1896-1987), profesor en los cursos de la Universidad Internacional de La Magdalena y que ha caído por el lugar inopinadamente. Calzada, Ugarte, Federico y Rapún fueron a la casa de Gerardo Diego, donde éste tocó el piano para sus visitantes y después lo hizo el propio Federico.

Lorca va con Rapún a Somo y a Tudanca para saludar a José María de Cossío

Según Gibson, habría una visita más en compañía de Rafael, porque dice que Lorca va con Rapún a Somo y a Tudanca para saludar a José María de Cossío, donde nombraron a éste «barraquito de honor» entregándole una certificación firmada por todos los componentes; después La Barraca cumplirá su gira apalabrada con las representaciones en Santander, sin poder hacer la prometida en Somo, para desencanto de Carlos Morla: debido a un accidente automovilístico, el grupo se ha visto obligado a reducir sus actuaciones en la capital montañesa de cuatro a tres, puesto que en el puerto asturiano de Pajares se fundieron las cuatro bielas del automóvil y perdieron tres días en la espera de la reparación.

En el verano de 1934 Santander recibe nuevamente la visita de La Barraca, que llega a finales de la primera quincena de agosto. Federico se hospeda esta vez en el Hotel Real, coincidiendo con el ex-ministro Fernando de los Ríos, profesor en esta ocasión en los cursos de la Universidad que tanto contribuyó a crear y por lo cual le había sido otorgado el título de «hijo adoptivo de Santander». El día 13, primero de las representaciones, les llega la noticia de que Ignacio Sánchez Mejías ha muerto en Madrid a consecuencia de una cogida en la plaza de toros de Talavera de la Reina. Dos días más tarde, tenía lugar la representación de El burlador de Sevilla, en cuyo reparto artístico el joven Rapún –que se ha librado del servicio militar— tiene el papel del pescador Coridón. Carlos Morla también asiste a la representación y dejará escrito en su diario:

«Es tan bonito todo, tan sugestivo, tan lleno de encanto propio; y es tan cautivador el ambiente. Los muchachos con su mono azul -entre los cuales se mueve más que ninguno Rafael Rodríguez Rapún- corrigen los desperfectos: acomodan el escenario, disponen la colocación adecuada de las luces, dirigen el desarrollo del espectáculo, a la vista del público, como en los teatros japoneses. Impresión de algo único, maravillosamente logrado dentro de la espontaneidad de una cosa improvisada» .

El día 18 dan su última representación en Santander, y salen para la localidad de Ampuero, donde por sugerencia de Alfredo Matilla actúan el día 21 en la plaza de la Constitución representando los entremeses cervantinos La cueva de SalamancaLos dos habladores y El retablo de las maravillas. Federico se retrata con un grupo de ampuerenses en una comida celebrada en el Café La Juventud, entre los cuales se encontraba el abogado Alfredo Matilla, veraneante en la villa del Asón y principal promotor de esta visita. Después pasan por Limpias y suben el puerto hasta llegar a Medina de Pomar y Villarcayo, itinerario inverso al que unos años antes hiciera Alberti.

Ya habían comenzado a ser bien palpables las dificultades económicas de La Barraca, puesto que el Gobierno, ahora de Centro-Derecha, no hace efectivos sus compromisos, quizás en un intento de impedir que continuaran su labor los animosos estudiantes. Rapún, consciente de la dificultad en que se encuentran, escribe en el Anuario de 1935 sobre las posibilidades existentes. De todas formas, en una tumultuosa junta de la Unión Federal de Estudiantes Hispanos (UFEH) celebrada a finales de 1935, Rapún, que en este año ya había actuado en calidad de secretario personal de Lorca, decide dejar su puesto vacante: desde las fechas posteriores a la fracasada Revolución de Octubre de 1934, algunos componentes de La Barraca se habían cuestionado si era adecuado seguir con las representaciones cuando «en España hay tantas viudas«.

(“El gran amor de Lorca murió en Santander”,

se publicó por primera vez en Crónica de Cantabria,

Santander, 12-18 de febrero de 2000, p. 30).

JOSÉ RAMÓN SAIZ VIADERO

24 DE AGOSTO DE 2018, 20:25

LA CASADA INFIEL

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Y que yo me la lleve al río pensando que era mozuela pero tenía marido

Fue una noche de Santiago y casi por compromiso

Se apagaron los faroles y se encendieron los grillos y en las últimas esquinas toque sus pechos dormidos y se me abrieron de pronto como ramos de jacintos.

El almidón de su enagua me sonaba en el oído como una pieza de seda rasgada por diez cuchillos

sin luz de plata en sus copas los árboles han crecido un horizonte de perros muy lejos del río

Pasada las zarzamoras los juncos y los espinos bajo su mata de pelo hice un hoyo sobre el limo, yo me quité la corbata ella se quitó el vestido yo el cinturón con revólver ella sus cuatro corpiños

Ni nardos ni caracolas tienen el cutis tan fino ni los cristales con luna relumbran con tanto brillan.

Sus muslos se me escapaban como peces sorprendidos la mitad llenos de lumbre, la mitad llenos de frío.

Aquella noche corrí el mejor de los caminos montado en potra de nácar sin bridas y sin estribos.

No quiero decir por hombre las cosas que ella me dijo la luz del entendimiento me hace ser muy comedido.

Sucia de besos y arena yo me la llevé del río en el aire se batían las espadas de los lirios

Y me porte como quien soy como un gitano legítimo le regalé un costurero grande de razo pajizo,y no quise

Yo enamorarme, porque teniendo marido me dijo que era mozuela cuando la llevaba al río.