ASÍ SE ENSAYA UNA VACUNA

Analisis de la Covid-19 durante la crisis sanitaria de coronavirus (Xavier Cervera)
La carrera por la vacuna contra la Covid-19 supone un desafío mayúsculo a escala planetaria. Sin duda, el mayor reto de la ciencia ahora mismo. Desde el momento en que se empieza a estudiar un potencial medicamento para una enfermedad hasta el día en el que está efectivamente disponible para los pacientes pueden pasar muchos años, unos diez o quince en condiciones normales. En algunos casos, se ha tardado hasta tres décadas. En otros, como en la vacuna del VIH, la ciencia lleva 40 años investigando sin dar aún con la vacuna. Pero con más de 4,7 millones de infectados en el mundo y más de 319.000 muertos no estamos en una carrera normal, sino en la prueba de los 100 metros lisos de los Juegos Olímpicos. Los científicos se han puesto manos a la obra y en poquísimas semanas se han dado pasos de gigante y se han saltado fases que en otros momentos hubieran tardado entre dos y cuatro años. Según la Organización Mundial de la Salud (OMS), existen casi 120 vacunas candidatas para tratar la Covid-19. De estas, ocho se encuentran en fase 1 o 2 de los ensayos clínicos. El resto, 110, se encuentran en fase preclínica.
Investigación básica
Toda vacuna requiere primero una fase de exploración en laboratorio. El objetivo inicial es la búsqueda de antígenos (naturales o sintéticos), compuestos capaces de inducir una respuesta del sistema inmunológico. Los antígenos pueden estar constituidos por virus, bacterias y otros agentes infecciosos debilitados. En el caso de los coronavirus ya había investigaciones en curso de patógenos similares al de la Covid-19, como el SARS-CoV y el MERS-CoV.
Fase preclínica

En este paso, el objetivo es evaluar la capacidad de los antígenos seleccionados para causar la respuesta inmune que se busca, así como su seguridad. Para ello, se prueban estas potenciales vacunas tanto en cultivos celulares (lo que se llaman experimentos in vitro) como en animales (pruebas in vivo). En esta fase también se busca medir la dosis óptima que sea eficaz y a la vez más segura e identificar los métodos para hacer más eficaz la respuesta inmunitaria generada. En esta fase se prepara un dossier sobre la vacuna candidata, una especie de DNI sobre la sustancia que se llama IMPD (Dossier de Producto de Investigación Medicinal, por sus siglas en inglés), que se va actualizando en cada fase y que tiene un formato muy reglamentado. Toda la documentación se tiene que enviar a EudraCT, una base de datos de la Agencia Europea del Medicamento (EMA) para los ensayos clínicos. La fase preclínica suele durar uno o dos años, y la mayoría de las sustancias no suelen superarla. Aun así, muchos laboratorios en el mundo casi han completado ya esta fase para la vacuna de la Covid-19 y están a punto de pasar a la siguiente con algunos de sus candidatos. Esto se debe sobre todo a dos motivos: por un lado, gracias al secuenciamiento temprano del virus y también por los conocimientos previos sobre los coronavirus, desde el principio ha sido posible identificar rápidamente dianas (antígenos) para posibles vacunas.
Ensayos en unas docenas voluntarios sanos
Después de las pruebas en animales se pasa a las pruebas en humanos. Dentro este proceso, se distinguen varias subfases. En la subfase 1 se realiza un primer estudio con un pequeño grupo de voluntarios adultos sanos (algunas decenas) que suele durar unos cuantos meses. Normalmente, los participantes reciben una dosis muy baja del medicamento con el objetivo de evaluar (de nuevo) la seguridad del medicamento estudiado y la reacción del organismo al nuevo fármaco. En el caso de la vacuna, se busca estudiar el
Pruebas en unos cientos de pacientes. En esta subfase 2 se empieza a testear en todo tipo de pacientes, no solo en voluntarios sanos. Ya no serán solo unas pocas docenas, sino varios cientos. El objetivo principal de esta fase es valorar si la dosis que se ha establecido, además de no ser tóxica, es eficaz frente a un fármaco de referencia o a un placebo. A menudo se utiliza la técnica del doble ciego: a unos pacientes se les suministra un placebo y/o el fármaco de referencia, y a otros, el fármaco, y ni los pacientes ni los médicos saben quién pertenece a qué grupo hasta el final. Si un porcentaje significativo de los pacientes medicados muestra mejoras, el medicamento está listo para la siguiente fase, que también dura entre seis y ocho meses y en la cual ya se emplean millares de pacientes.
Pruebas más amplias y aleatorias
En esta nueva subfase, la tres, el número de voluntarios es ampliamente superior. Pueden incluir a miles de personas en un país o varios países, monitoreados desde varios centros. De esta forma se pueden detectar efectos secundarios que en las fases previas con grupos pequeños pueden no manifestarse. Las pruebas de este período son aleatorias y siguen siendo de doble ciego. Esta suele ser la fase más cara de la investigación. Se trata a los voluntarios en condiciones que se asemejan lo más posible a la realidad. Una vez acabada esta subfase los investigadores tienen que explicar cuáles son los métodos de fabricación del medicamento y las instalaciones donde se podría llevar a cabo y presentarlo a las autoridades. La EMA en el caso de Europa es la que decide si la información recopilada es suficiente para comercializar o no. En España, la encargada de autorizar el uso en humanos es la Agencia Española de Medicamentos y Productos Sanitarios (AEMPS), adscrita al Ministerio de Sanidad.
Estudios posteriores
Existe una última fase de experimentación clínica, con el medicamento ya en las farmacias y hospitales y utilizado a gran escala. Se trata de monitorizar los efectos secundarios del fármaco, sobre todo los más raros, que pueden observarse solo cuando el medicamento es utilizado a gran escala.

CIENTÍFICOS DEL CSIC BUSCAN ANTICUERPOS EN EL SISTEMA INMUNE DE DROMEDARIOS

Madrid, 19 may (EFE).- Investigadores del Consejo Superior de Investigaciones Científicas (CSIC) buscan anticuerpos contra la COVID-19 a partir del sistema inmune de los dromedarios, ya que los camélidos producen un tipo de anticuerpos más eficaces en el reconocimiento de la superficie de los virus y las bacterias.
Los científicos tratan de encontrar nanoanticuerpos que sean capaces de bloquear la entrada del coronavirus SARS-CoV-2 a las células y que, por tanto, pudieran emplearse para reducir la infección en pacientes con COVID-19.
El CSIC ha informado este martes de que para producirlos están generando una nueva colección de nanoanticuerpos específicos frente a la COVID-19 a partir de muestras de dromedarios que se han inmunizado frente a ese virus.
Además, el equipo está rastreando una colección con más de mil millones de nanoanticuerpos que han construido en su laboratorio.
Los investigadores del CSIC, que trabajan en colaboración con la Facultad de Veterinaria de la Universidad de las Palmas de Gran Canaria, esperan tener los primeros candidatos en tres meses.
«Los anticuerpos de humanos y animales están formados por dos cadenas de proteína diferentes, que se asocian para crear la zona de unión al antígeno (virus o bacterias) y poder así bloquearlo e impedir su entrada en las células», ha explicado el investigador del CSIC Luis Ángel Fernández, que dirige el grupo de ingeniería bacteriana del Centro Nacional de Biotecnología (CNB-CSIC).
Pero hay una excepción a esta regla, ya que los camélidos (como dromedarios, llamas o alpacas) producen un tipo de anticuerpos especial capaces de reconocer al antígeno con una sola cadena de proteína.
Así, la zona de reconocimiento del antígeno en estos anticuerpos es de menor tamaño, lo que les permite alcanzar regiones inaccesibles de otro modo en la superficie de virus y bacterias, ha explicado el investigador Luis Ángel Fernández en una nota de prensa de este organismo.
«La zona de unión de estos anticuerpos se puede aislar (clonar) en el laboratorio rápidamente, produciendo fragmentos de anticuerpos de pequeño tamaño, conocidos como nanoanticuerpos, con gran capacidad de bloquear a virus y bacterias», ha precisado.
Esos nanoanticuerpos tienen secuencias muy similares a las de los anticuerpos humanos y se podrían utilizar directamente en terapia sin generar rechazo, según señala Fernández.
El grupo de ingeniería bacteriana del CNB-CSIC lleva años trabajando con nanoanticuerpos en diferentes proyectos de investigación y ha desarrollado metodologías propias para su aislamiento y producción.
Durante los últimos años este grupo ha construido una colección con más de mil millones de nanoanticuerpos, que ahora están rastreando para localizar los que puedan ser útiles contra el SARS-CoV-2.
Y además están generando una nueva colección específica frente a COVID-19, derivada de la inmunización de dos dromedarios con la región de la proteína que este coronavirus emplea para entrar a las células, ha explicado el investigador.
Para conseguir esas inmunizaciones, el grupo colabora con el doctor Juan Alberto Corbera Sánchez, profesor de la Facultad de Veterinaria de la Universidad de las Palmas de Gran Canaria.
Los investigadores colaboran además con otros grupos del Centro Nacional de Biotecnología; entre ellos con el del doctor José María Casasnovas, para la producción del antígeno viral en células de mamífero; y con los doctores Luis Enjuanes e Isabel Sola para los ensayos de neutralización del virus.
Todas estas investigaciones se enmarcan en el proyecto COVID-19 del CNB-CSIC y está financiado por el CSIC con la ayuda económica recibida desde el Ministerio de Ciencia y Tecnología. EFE

JOSEP CORBELLA, BARCELONA
19/05/2020 13:33
Científicos del CSIC buscan anticuerpos en el sistema inmune de dromedarios
19/05/2020 12:02