SOBRE EL SUICIDIO

No se porque escribo sobre suicidio, pero me abruma y aturde este desatino.

No hace mucho tiempo, dos meses, he visto a un chico arrojarse desde la octava planta de mi casa y me ha causado una gran impresión.

¿Que podemos hacer para esto ¿

Creo que primero entenderlo, que mecanismo se rompe para despreciar la vida, y que angustia interior consume a los suicidas.

Lo que si creo es que esto no se arregla con palabras.

Buscar que mecanismo cerebral esta desajustado y repararlo.

La idea de que la medicina tienen poco que hacer en estos casos es evidente, pero lo es mas que las terapias de diván sirven aun menos.

Si embargo la electro estimulación, cerebral o de nucleos de la ,base como el talamo, me parece que algo están consiguiendo.

Estos dos artículos que copio de la Vanguardia, me siguen confundiendo, porque el suicida a veces esta contento de intentarlo y siente que es un galardón del que lo consigue.

En un articulo también de la Vanguardia, un autor que me paree mas profundo analiza la evolución como marcador de nuestra conducta.

La verdad es que estoy obsesionado con el tema, y que creo que los mecanismos que estamos utilizando son inútiles en su mayoria

Tengo 47 años. Soy de Barcelona, y he vivido años en Sudamérica y Miami. Soy artista multidisciplinar: director de teatro, actor, escritor, profesor… Soy soltero enamorado. ¿Política? Anarquista de baja intensidad. Creo en el amor consciente, el tantra y la ayahuasca. (Foto: Anna Jiménez)

Marc Caellas,artista, compilador de notas de suicidio de artistas

‘Notas de suicidio’

Marc Caellas no me oculta su enfado con la madre de John Kennedy Toole: decidió destruir la nota de suicidio de su hijo, que ella tachó de aberrante: “Ella no tenía derecho, era parte de la obra del autor”, reflexiona Caellas. Gestor cultural, autor de diarios en ciudades distintas ( Carcelona, Caracaos, Drogotá y Neuros Aires) , colaborador de Antonio Miralda ( Sabores y lenguas ) y autor, director y actor de teatro inmersivo, Caellas investigó para una obra algunas notas de suicidio, y las ha reunido en Notas de suicidio (La Uña Rota), que termina lamentando el caso de Walter Benjamin, que en Portbou dejó una nota (“en una situación sin salida no tengo otra elección que la de terminar”) y se suicidó… innecesariamente: temía ser deportado cuando en realidad se encontraba ya salvado.

Estudia notas de suicidas.

De artistas, poetas, dramaturgos y escritores suicidas.

¿Qué le interesa de todas esas notas?

Es la última pieza de arte de una vida artística y la culmina: me parece relevante.

¿Detecta algún patrón en esas notas?

Veo que se erigen en responsables únicos de su decisión, disculpan a terceros y suelen dirigirse a alguien en particular.

¿Suicidas lúcidos?

Suicidas lúcidos, conscientes, responsables, en plenitud de facultades al tomar una libre decisión.

¿Aprueba esa decisión autolítica?

Preferiría que hubiesen desistido de matarse, pero acepto que para ellos morir era menos malo que vivir. Así lo escribió David Foster Wallace.

¿Lo haría usted?

Saber que puedo matarme cuando yo quiera me ayuda a vivir.

¿No dijo eso el escritor Vila-Matas?

“Sin la posibilidad del suicidio ya me habría matado hace mucho tiempo”, escribe: lo recojo en mi libro.

Cioran, a su vez, desdeñaba la vida.

Preferiría no haber nacido, decía, pero si un admirador le proponía matarse juntos, él posponía: “Ya veremos mañana”.

Procrastinaba.

El suicidio es la máxima libertad individual, y decirlo no es hacer apología del suicidio.

Los medios no informamos para evitar contagios.

Yo discrepo: deberíamos hablar abiertamente y seríamos más vitalistas, como hacía Shakespeare.

¿Shakespeare?

En sus 16 obras teatrales hay 46 suicidios, lo que ayuda al espectador a una catarsis terapéutica.

Mencióneme alguna de esas notas de suicidas.

Hunter S. Thompson, novelista: “Ya no soy divertido para nadie”, escribió con 67 años. No quiso ser viejo plasta.

Gabriel Ferrater no cumplió 50 años.

“No quiero oler a viejo”, le dijo a Pedro Salinas.

¿Y Stefan Zweig?

Con 60 años, enervado ante el hundimiento de su mundo, lo escribió en su nota y se envenenó junto a Lotte, su pareja.

¿Ella dejó alguna nota?

No. Ni él la menciona en la suya: no sabremos por qué ella se suicidó.

¿Qué nota de suicidio es la más breve?

“No quiero ir nada más que hasta el fondo”, escribió la poeta Alejandra Pizarnik en una pizarra.

Concisa nota.

“Me fui a dormir un rato más largo de lo habitual. Llamadlo eternidad”, escribió Jerzy Kosinski, novelista polaco.

Otra.

Alberto Greco, autor de happenings argentino, se arrojó por la ventana a la calle Balmes con la palabra “FIN” en la palma de la mano. Y, en la pared: “Esta es mi mejor obra”.

¿Y la nota de suicidio más extensa?

La novela Suicidio , de Édouard Levé.

¿Una novela entera?

En la que un Levé de 42 años habla al joven que fue y la última frase es “la muerte me espera”. Bella novela, la entregó a su editor y se mató.

Era joven.

Más la escultora Marga Gil Roësset: con 23 años se enamoró de Juan Ramón Jiménez, casado con Zenobia Camprubí…

¿Y se quitó la vida?

Confiesa a su amiga Zenobia que se ha declarado a su marido y él la rechaza y “sin él no puedo y con él no puedo”.

Dramón.

Le da la nota en un sobre al poeta, le pide que lo abra más tarde. Se fue a su taller, destruyó obras y se disparó en la cabeza.

Un amor no correspondido mata.

Y la rutina: “El barco del amor se estancó en la vida cotidiana”, escribió Mayakovski y se pegó un tiro. “No son maneras, no lo recomiendo”, añadió.

Ahí hubo humor.

Jean Eustache dejó esta nota en la puerta al matarse: “Llame fuerte, como para despertar a un muerto”.

Bravo.

Un poeta japonés desaconsejó en su nota el suicidio en el mar: lo intentó diez veces y al final se lanza al tren de Tokio.

La obra entera del suicida deviene su nota de suicidio.

El poeta Fabio Morábito quiso redactar una nota de suicidio perfecta y cómo siempre quedaba insatisfecho, desistió.

¿Alguna otra curiosidad suicida?

Sarah Kane, que sostenía que los picos de suicidios eran a las 4.48 h de la madrugada, dejó esta nota: “No tengo ganas de morir, ningún suicida lo ha deseado jamás”.

Javi Martín: «Me siento orgulloso de haber pasado dos veces por el psiquiátrico»

Javi Martín. Madrid, 1972. Actor. Lejos quedan los años locos como ‘el guapo de Caiga quien Caiga ‘y, por suerte, también las crisis que le llevaron al borde (literal) del suicidio. De ellas habla en su libro Bipolar y a mucha honra.

Has escrito un libro sobre salud mental, depresión y suicidio, plagado de chistes. Te van a llamar loco.

Bueno, no sería la primera vez (risas). Hay una parte del libro donde cuento lo importante que es para mí el humor y cómo para mí resulta sanador ver cómo, con el tiempo, puedo reírme de las cosas de mi vida que han sido dramáticas. En la parte del suicidio y de la depresión no me cachondeo tanto, pero con mis amigos nos reímos mucho de las locuras que hice cuando tenía fases de subidón, incluso tengo una sensación de orgullo de ciertas cosas que en su momento fueron muy duras. Por ejemplo, me siento orgulloso de haber pasado por un psiquiátrico dos veces. Porque no fue fácil, porque me ayudó, porque estoy mejor gracias a ello. Hay que desdramatizar. Cuando te ríes de lo duro de tu vida es que has sanado.

¿Cómo explicamos lo que te pasa?

Me sobrevino un trastorno mental, la bipolaridad, que tiene dos fases: la manía, que es un lugar donde se te abre un mundo de percepciones distintas, extrasensoriales, sientes las cosas de una manera muy especial y hay muchísima espiritualidad; y luego llega la parte de la depresión con la angustia, el dolor y el sufrimiento, donde todo es oscuro y negro.

¿Cuándo te diste cuenta de que algo iba mal?

Fue un zambombazo, una explosión mental en una fiesta en casa la tarde del 24 de diciembre de 2011. Entré en una fase de manía y pensé que me estaba muriendo. Llegó un momento en que ya decidí que había muerto, pero seguía allí y empecé a ver ese mundo de percepciones extrasensoriales. Yo estaba encantado, flipado, pensaba que había pasado a otra realidad paralela y seguía como si nada. Al cabo de un tiempo me llevaron al psiquiatra y me dijeron que soy bipolar. Me lo dijeron en un momento que yo estaba elevado, con lo cual me dio igual. Pero con el tiempo ya vas asimilando que es algo serio, hay que tener paciencia. Al final, vas conociéndote y vas entendiendo que tienes que tomarte la medicación, que tu familia te está cuidando, que muchas veces están preocupados de más, pero que es por algo.

Muestras un especial interés en el libro por dar voz a quienes han vivido el proceso a tu alrededor: tu marido, tu familia, tus médicos…

Claro, es que para ellos es dificilísimo. Nadie nos habla de estas enfermedades, nadie te prepara para que pueda suceder y, cuando llega, no tienen ni idea de qué hacer. Pensamos mucho en la persona que sufre un trastorno mental, pero no en su familia y sus amigos, que sufren muchísimo también y muchas veces se encuentran totalmente perdidos porque no saben cómo tratarte. Mi marido, lo cuenta en el libro, estuvo buscando material para saber cómo llevar lo que me pasaba a mí y no encontraba absolutamente nada. No hay referentes donde fijarse y aprender.

Tú te llevabas de maravilla con esas voces que escuchabas.

Sí, sí, me encantaba charlar con ellas. Hablaba con espíritus del más allá, podía hablar con amigos que se habían muerto, con las plantas, con los animales… Hacía ceremonias para conectarme con toda la humanidad. Esto les pasa a muchísimas personas con trastorno bipolar: la espiritualidad está muy presente y son sensaciones maravillosas que ahora, desde otro punto, sigo utilizando. Yo sigo hablando con las plantas y sigo hablando con mi amigo que murió. De alguna manera, esa ventana que me abrieron aquellas voces y que para mí era una certeza, la sigo aprovechando a día de hoy.

En cierto modo, durante esas fases de manía eras muy feliz.

Totalmente. Estaba encantado de la vida, con muchísima energía. Yo no lo he probado, pero es como si tomaras ayahuasca. Todo te parece fenomenal. Salía a la calle con bombín y una bata de cuadros haciendo gestos para comunicarme con el otro plano y me daba igual si me miraban, no había nada raro para mí. Decidí autodenominarme Alcalde Cósmico de Madrid. Cuando estás ahí arriba lo que no quieres es que te bajen y te rebelas contra eso. Ahí surgió mi principal problema: te quieren medicar y tú no quieres. Me metía las pastillas en la boca, las guardaba debajo de la lengua y las escupía cuando ya no me veían. Engañaba a mi psiquiatra porque no quería bajar de esa sensación.

Porque cuando bajabas era terrible.

Claro, ahí llegaba la parte de la depresión, que es donde nunca quieres estar. Es sufrimiento, dolor y llegar a límites en los que te quieres quitar la vida. Pero me gusta también contar esta parte. Casi tirarme por mi terraza ha dado un sentido a mi vida que antes no tenía. Ahora las preocupaciones son menos, cada momento lo siento como especial porque podría no existir. Estuve a punto de saltar de un séptimo y morir, así que tengo la sensación constante de que podría no estar aquí. La depresión y el suicidio han dado un sentido más profundo a mi vida.

¿Qué evitó que saltases?

Del suicidio me salvó el amor. Subido a la barandilla de la terraza, pensé en mi marido y supe que no le podía hacer eso. Tuve la suerte de que eso me frenase, pero la mayoría de la gente que se ha quitado la vida también tenía amor y familiares y amigos, pero es que el sufrimiento es tal que no lo puedes soportar y la única salida que te queda es el suicidio. Sobre todo, porque tienes la certeza, no la sensación, la certeza de que no vas a salir de ahí jamás. Yo estaba convencido de eso y, si no podía salir, la única salida era quitarme de en medio, ¿no?

En el libro das una cara amable, muy poco habitual, de los psiquiátricos.

Es que el estigma del psiquiátrico es tremendo. Aún recuerdo que el drama de mi entorno era enorme: «¡Javi está ingresado en un psiquiátrico!». Yo me lo pasé estupendamente allí, porque iba en fase de manía, hice amigos, estaba cuidado… Es como cuando te hacen una operación a corazón abierto y tienes que estar tres semanas en el hospital. Nadie monta un drama con ello, hay una preocupación normal y ya está. Así debería ser. Son momentos en tu vida en que necesitas un cuidado especial de personas que saben lo que tienen que hacer, porque tu familia está desbordada. Recuerdo a gente que entraba asustada porque estaba en el psiquiátrico y hay que quitar ese estigma porque, por lo menos en España, son lugares muy decentes.

¿Cómo llevamos esa lucha por desestigmatizar la salud mental?

Nos queda muchísimo, pero es verdad que de pocos años a esta parte han empezado a suceder cosas. Hay algún partido político que empieza a hablar más intensamente sobre el tema. Cuando Íñigo Errejón expuso el problema, el diputado que le dijo «vete al médico» hizo un favor maravilloso a la salud mental sin pretenderlo, porque puso el foco en que hay una desinformación y un desapego totales hacia la salud mental. Faltan muchísimos recursos en sanidad pública, faltan miles y miles de psicólogos, faltan campañas de prevención del suicidio, falta educación emocional en las escuelas, falta ese Plan Nacional de Prevención del Suicidio que estamos pidiendo desde hace muchos años. El suicidio cero es imposible, pero se pueden evitar muchísimas muertes. Se pone mucho el foco en los accidentes de tráfico y me parece muy bien, pero es que los suicidios triplican los accidentes de tráfico y no se habla tanto.

Al menos ya sale la palabra en los medios, antes era tabú.

Es que antes la teoría que primaba en los medios de comunicación era que hablar de suicidio provoca más suicidios y eso se ha demostrado que no es cierto. Era tabú completamente. Y, luego, tenemos que educar a la gente. La salud mental se relaciona muchas veces con peligro, da miedo, y eso no debe ser así. Somos personas que tenemos un trastorno y, generalmente, si estamos tratados llevamos una vida absolutamente estable. No somos peligrosos. Todavía falta mucho por hacer.

¿Lo has notado? ¿La gente te mira distinto desde que contaste que eres bipolar?

Creo que mi caso es diferente porque sales en la tele, eres actor, la gente te ve de otra manera. Además, yo lo llevo con orgullo. El libro se llama así porque yo en mi Instagram desde hace mucho tiempo tengo puesto: «Bipolar y a mucha honra». Si voy a tener un trastorno crónico para toda mi vida, pues lo llevo con orgullo. Entonces, en mi entorno yo no he sentido ese rechazo, aunque es cierto que, si lo hay, yo no me voy a enterar. Por ejemplo, yo no sé si no me llaman para trabajar por mi trastorno mental, nadie me lo va a decir a la cara. Pero los datos son claros: la incidencia de paro entre las personas que sufren algún trastorno mental es muchísimo mayor, Van a un trabajo, cuentan que tienen un trastorno y no los contratan. Hay mucho estigma, muchos problemas laborales y cierto rechazo en la sociedad. Yo lo vivo menos porque me muevo en un entorno laboral, el artístico, que siempre ha sido más receptivo a estos temas.

De hecho, durante todo este proceso has seguido trabajando siempre.

Sí, también es verdad que pertenezco a una compañía de teatro, Teatro Lab, que el director, Gabriel Olivares, es muy amigo mío, ha vivido todo el proceso y me ha ayudado muchísimo. Pero yo sé que no es lo habitual.

Lejos queda ya aquella fama loca de ser «el guapo de Caiga quien caiga», ¿un pelotazo así para empezar es bendición o maldición?

Lo del guapo me hacía gracia y me divertía, pero nunca me lo he considerado ni he potenciado esa imagen. Si acaso, soy resultón. En cuanto a la fama, depende del carácter que tenga cada uno. Mi familia jamás dejaría que me volviera gilipollas con la televisión, porque ellos trabajan detrás de las cámaras, conocen ese mundo y han trabajado con mucho gilipollitas famoso. Para mí fue una bendición porque el trabajo me gustaba muchísimo, ganaba muchísima pasta y la fama la viví como algo muy divertido. Tenía 23 años y era una fiesta continua. Ahora ese tipo de fama me costaría más, pero en aquella época los móviles no tenían cámara (risas).

¿Mucha fiesta?

Desfasábamos mucho, es lo que tocaba: alcohol, drogas… Es lo que tienen la juventud y la noche de Madrid. Ahora doy charlas a veces en institutos y les incido mucho en que con las drogas la prohibición no funciona, porque no es realista. Vais a estar rodeados de drogas, os van a ofrecer drogas, eso es así. Así que lo fundamental es que sepáis cuáles son los peligros de las drogas. Por un lado, son muy divertidas, por eso se consumen, pero tienen muchísimo peligro. Pueden provocar adicciones tremendas, trastornos mentales, depresiones, complicaciones en los estudios, mala relación con tu familia, cambios del carácter…Que sepan a lo que se exponen.

¿Hay un vínculo entre tu enfermedad y el consumo de drogas de aquellos años?

No puedo descartar ese vínculo. Nadie me sabe decir exactamente de dónde viene mi trastorno. Puede haber sido el abuso de las drogas, un momento traumático, antecedentes familiares… Pero en mi caso no conocemos el origen.

La última y más importante, ¿cómo estás?

Pues de puta madre (risas). Es verdad. Cuando pasas un proceso así te haces una limpieza general, porque llevo yendo a la psicóloga 10 años y no sólo tratas tu trastorno, también los miedos de tu trabajo, de tu familia, los conflictos de pareja, tus inseguridades, tus miedos… Me lo he tratado todo, no sólo mi trastorno mental. Y, desde hace muchos años, ya no tengo depresiones, sólo tengo una vez al año un par de semanas de un poco de subidón que enseguida me bajo con la medicación. Yo le doy gracias a mi trastorno porque gracias a él vivo una vida en la que sé quién soy, sé lo que quiero y sé lo que no quiero. Y vivo la vida en cada momento lo más profundamente que puedo.

Ahi queda eso

Marc Caellas,artista, compilador de notas de suicidio de artistas

JAVIER BARBANCHO

IÑAKO DÍAZ-GUERRA

VÍCTOR-M. AMELA