VIDA O CASUALIDAD

Hubo una época que coincidían los hombres de ciencias, primero los morfologos después los biólogos pero ambos muy cercanos en explicar si aquellas partículas aumentadas con la lupa tenían o no vida y sí eran producto de la casualidad o de otro tipo de vida Inexplicable .
Al tendero Leeuwenhoek no le entraba en la cabeza qué aquellos bichejos fueran animales vivos y no solo era el único con este postulado , el naturalista inglés Rosso decía enfáticamente: «Poner en duda que los escarabajos y las avispas son engendrados por el estiércol de vaca, es poner en duda la razón, el juicio y la experiencia». Incluso los animales tan complicados como los ratones no necesitaban tener progenitores, y si alguien dudase de esto, no tenía más que ir a Egipto, en donde encontraría los campos plagados de ratones para gran desesperación de los habitantes del país.
Spallanzani tenía ideas vehementes acerca de la generación espontánea de la vida; ante la realidad de los hechos, estimaba absurdo que los animales, aún los diminutos bichejos de Leeuwenhoek pudieran provenir de un modo caprichoso, de cualquier cosa vieja o de cualquier revoltijo sucio. «Una ley y un orden debían predecir su nacimiento; no podían surgir al azar» ¿Pero cómo demostrarlo?
Y una noche, en la soledad de su estudio, tropezó con un librito sencillo e inocente, que le demostró un nuevo procedimiento de atacar la cuestión del origen de la vida. El autor del libro no argumentaba con palabras sino con experimentos que, a los ojos de Spallanzani, demostraba los hechos con toda claridad.
«Redi, el autor de este libro, toma dos tarros y pone un poco de carne en cada uno de ellos; deja descubierto el uno y tapa el otro con una gasa. Se pone a observar y ve cómo las moscas acuden a la carne que hay en el tarro destapado, y poco después aparecen en él los gusanos y más tarde las moscas. Examina el tarro tapado con la gasa y no encuentra un solo gusano, ni una sola mosca.
La gasa, que impide a las moscas llegar hasta la carne. Poco después Piensa que esto puede ser extensivo a los animales microscópicos. Si admitía admitía que si bien las moscas podían proceder de huevecillos, era en cambio seguramente posible la generación espontánea de los animales subvisibles. Spallanzani, empezó a cultivar bichejos microscópicos y a manejar el microscopio.
Por aquel mismo tiempo, otro clérigo, llamado Needham, iba adquiriendo celebridad en Inglaterra y en Irlanda, con la pretensión de que el caldo de carnero engendraba animales microscópicos. Needham dio cuenta de sus experimentos a la Real Sociedad, refería Needham cómo había tomado una cierta cantidad de caldo de carnero recién retirado del fuego, como había puesto el caldo en una botella y lo había tapado perfectamente con un corcho para que no pudieran penetrar ni seres ni huevos provenientes del aire. Había calentado después la botella y su contenido en cenizas calientes, pensando: «Seguramente morirán así todos los animalillos o todos los huevos que pudieran quedar dentro de la botella». Dejó en reposo el caldo y la botella por espacio de varios días, sacó el corcho y, ¡oh maravilla de las maravillas!, al examinar el caldo al microscopio, lo encontró plagado de animalillos. Estos animalillos sólo pueden proceder de la substancia del caldo.
¡Tenemos aquí un experimento que nos demuestra que la vida puede surgir espontáneamente de la materia muerta!» y añadía después que no era indispensable que el caldo fuera de carnero: hacía el mismo efecto una sopa de semillas o de almendras.
El descubrimiento de Needham produjo enorme sensación entre los miembros de la Real Sociedad y en todo el mundo docto: no se trataba de una fantasía, sino de un riguroso hecho experimental. Los directivos de la Real Sociedad se reunieron y pensaron nombrar a Needham miembro de aquella restringida aristocracia del saber; pero en Italia, Spallanzani
—Los bichos no nacen espontáneamente del caldo de carnero ni de las almendras ni de cosa alguna.
«¿Porqué han aparecido esos animalillos en el caldo calentado y en las sopas de semillas? Pues indudablemente porque Needham no calentó la botella todo el tiempo que era necesario y seguramente porque no la tapó herméticamente».
En ese momento hizo su aparición el investigador que Spallanzani llevaba dentro: no se acercó a la mesa para escribir a Needham acerca del asunto, sino que fue derecho a su polvoriento laboratorio. Comenzó a poner a prueba, por desechar sus propias explicaciones: Needham no había calentado el caldo bastante tiempo…, tal vez existiesen animalillos o sus huevos, capaces de soportar un calor tremendo, ¡Quién sabe! «Ahora no sólo voy a calentar estas sopas un rato, sino que las tendré hirviendo una hora— exclamó, y al mismo tiempo que encendía sus hornillos murmuraba—: ¿Cómo me las compondré para tapar las redomas? Los corchos pueden no ajustar bien y dejar que se cuele gran cantidad de cosas diminutas». «Ya está: fundiré a la llama los cuellos de las redomas, las cerraré con el mismo vidrio y cosa alguna, por pequeña que sea, podrá filtrarse a su través». Y uno a uno, calentó a la llama los cuellos de las relucientes redomas hasta que, fundiéndose, quedaron perfectamente cerradas; dejó caer algunas cuando se calentaron demasiado, se chamuscó la piel de los dedos, soltó unos cuantos garabatos y preparó nuevas redomas para substituir a las rotas. Una vez que las tuvo selladas Las
Calentó durante horas, cuidó de las redomas, que danzaban y se entrechocaban en los calderos de agua hirviendo. Hirvió una serie de redomas durante unos cuantos minutos solamente y mantuvo otra a la temperatura de la ebullición por espacio de una hora entera. Sacó de las calderas las redomas que contenían el caldo hirviente y las puso a un lado, a esperar que pasaran unos días llenos de ansiedad, para ver si en ellas aparecía cualquier clase de animalillos. Pero hizo, además, otra cosa muy sencilla: preparó una serie duplicada de caldos en redomas tapadas con corchos, no selladas a fuego, y después de hervirlas durante una hora, las puso al lado de las anteriores.
Dedicó los días que siguieron a múltiples cosas que no eran suficientes para consumir su infatigable actividad: escribió cartas al célebre naturalista suizo Bonnet dándole cuenta de sus experimentos,
A estos padre de la microbiología, tardo el ingenio en iluminarlos, pero no les falto el teson. El teson la constancia es posiblemente la Virtud mas deseada y eficaz en el investigador.
Del libro en que me fundo se obtienen magnificas ilustraciones, fundándose en lo mismo, seguir y superar el fracaso Leerlo y meditar sobre el y como surgió la idea, iluminan la mente