Hace aproximadamente unos 20 años se postuló una teoría algo controvertida que cambiaría la concepción actual de la cognición humana, establecía que la conciencia derivaba de la actividad más fina y profunda dentro de las neuronas, pero se refería a una actividad cuantica y no computacional como hasta entonces se creía. Esta teoría fue rápidamente criticada y tachada de imposible, pero hallazgos recientes demuestran la existencia de vibraciones en los microtúbulos de las neuronas lo que podría demostrar que la conciencia tiene su base en la teoría cuántica, produciéndose procesos a nivel muy pequeños dentro de las neuronas. En concreto es en los microtubulos (polímeros de proteínas y esqueleto de las células) donde se producirían estos sucesos.
Stuart Hameroff (anestesista) y Roger Penrose (físico), creadores de la teoría de la que hablamos sugieren que incluso los ritmos del EEG (ondas cerebrales que se asocia a la actividad cerebral y el estado de alerta) también depende de las vibraciones en los microtúbulos (las vibraciones cuánticas en megahercios por ejemplo, interfieren y producen EEG más lentos) y esta es una de las facetas novedosas de la revisión más actual de la teoría. Según ellos estas vibraciones podrían dotar a la persona de características mentales, neurológicas y cognitivas. Las vibraciones en su interior no son harmónicas.
Su primera teoría llamada “Orch OR” (Orchestrated objective reduction) se postuló a mediados de los 90. Estos dos autores sugirieron que las computaciones de “vibración” cuántica en los microtúbulos eran “orquestadas” por input sináptico y memoria almacenados en los microtúbulos (Reducción objetiva u OR).
Esta teoría concretamente creía que: la conciencia dependía de procesos cuánticos coherentes biológicamente orquestados en colecciones de microtúbulos en el interior de las neuronas. Ellos creían que estos procesos regulaban y correlacionaban con la actividad sináptica y la actividad de las membranas neuronales. Que cada uno de estos procesos, en su evolución tipo schrödinger acababa de acuerdo con el esquema específico de la Diósi-Penrose (DP) de la reducción objetiva del estado cuántico. La actividad orquestada OR es hecha presente en momentos de elección o conciencia. La parte DP de la teoría está relacionada con los fundamentos de la mecánica cuántica y la geometría espacio-tiempo, así pues se infiere que hay una conexión entre los procesos biomoleculares del cerebro y la estructura básica del universo.
Esta teoría fue criticada desde el principio pues se consideraba que las condiciones del cerebro dificultarían procesos tan delicados (el cerebro es cálido, húmedo y “ruidoso”). Pero años más tarde se ha demostrado coherencia cuántica en la fotosíntesis de las plantas, la navegación de los pájaros e incluso nuestro sentido del olfato. También se ha demostrado su posibilidad en los microtúbulos del cerebro apelando a las fases alternantes del citoplasma, siendo la fase de gel contemplada como un buen aislante para fenómenos cuánticos.
Fue el grupo de Anirban Bandyopadhyay el que descubrió que eran posibles las vibraciones cuánticas de microtúbulos a temperaturas calientes en el cerebro. Sus hallazgos corroboran la teoría de Penrose y Hameroff. De hecho los trabajos de Roderick G. Eckenhoff sobre la anestesia corroboran que esta actúa por esta misma vía al inducir un estado de no conciencia, y lo hace actuando sobre los microtúbulos. Las vibraciones serían las que gobernarían la función sináptica neuronal, conectando los procesos cerebrales con procesos auto-organizados a una escala más fina: la estructura proto-consicente cuántica de la realidad.
Los nuevos documentos de Penrose y Hameroff actualizan la nueva evidencia, aclaran el concepto de bits o qubits (como vías helicoidales en los enrejados de microtúbulos) y revisan las 20 predicciones estables de la teoría Orch OR publicadas en 1998, de las cuales seis han sido confirmadas y ninguna pudo ser refutada.
Desde el punto de vista psicológico esta teoría abre nuevas puertas a tratamientos muy diferentes a los utilizados actualmente, por ejemplo se cree que se podría mejorar el estado de ánimo, (en digamos pacientes con Alzheimer o lesiones cerebrales) alterando las vibraciones de los microtúbulos con una estimulación cerebral breve (ultrasonido transcraneal que emite vibraciones mecánicas en megahercios).
Si, como yo, os resulta fácil perderos en las teorías cuánticas y sus derivados, que a pesar de ser muy interesantes, prueban ser difíciles de comprender para nosotros los No-físicos (e incluso para ellos), os animo a ver unos videos (solo en inglés) que resultan mucho más visuales. Que mejor que oír las teorías de los propios creadores, para no perder parte de la información por el camino. Uno de ellos se adentra en el tema de qué pasa con la conciencia tras la muerte y el otro es unaentrevista al propio Roger Penroseen la que explica cómo llegó a formular esta teoría. También hay un video de entrevista a Hameroff que ilustra un punto de vista más psicológico o biológico en contraposición al físico de Penrose, la entrevista está dividida en 6 videos, del cual este es solo el inicial.
Para entender la teoría general os recomiendo un artículo del propio Hameroff.
El cerebro estaría conectado con el cosmos a escala cuántica
Este vínculo podría explicar cómo de los procesos cerebrales físicos emerge la consciencia, según una nueva hipótesis

¿Cómo pueden los procesos cerebrales físicos dar lugar a la consciencia, que es inmaterial? En la relación entre la actividad neuronal y la escala cuántica del cosmos podría estar la respuesta, según algunos científicos. Es lo que proponen Dirk K F Meijer y Hans J.H. Geesink, de la Universidad de Groninga, en Holanda, en un artículo publicado en “NeuroQuantology”.

Era de esperar que los avances del último siglo en física cuántica y la cosmovisión derivada de ellos llevaran a una variación de la definición de “consciencia” y “mente”.

Quizá algún día estos avances ayuden a responder a la inquietante pregunta sobre cómo de los procesos cerebrales (es decir, físicos) puede emerger la consciencia, que es inmaterial.

La relación entre la actividad neuronal (la de las células del cerebro) y la escala cuántica (la de las partículas que conforman los átomos) ya fue abordada en los años 90 por los investigadores Roger Penrose y Stuart Hameroff con una sorprendente teoría que, hace poco y a raíz de nuevos hallazgos, ha sido revisada.

Se trataba de la hipótesis de la “Reducción Objetiva Orquestada u Orch OR”, que propone que la consciencia se deriva de la actividad de las neuronas a escala cuántica o subatómica, es decir, de procesos cuánticos biológicamente orquestados en los microtúbulos o minúsculas estructuras tubulares situadas dentro de las neuronas del cerebro.

Esa actividad cuántica entrañada a un nivel cerebral profundo, además de gobernar la función neuronal y sináptica, conectaría los procesos cerebrales a procesos de autoorganización presentes fuera del cerebro, en la estructura cuántica de la realidad, afirmaban Hameroff y Penrose. Es decir, que nuestro cerebro podría estar conectado a una estructura externa, que de alguna manera sería ‘protoconsciente’.

El cerebro habla con los campos

Hace unos meses, la revista NeuroQuantology publicaba un artículo sobre la consciencia desde una perpectiva cuántica, que va incluso más allá de la propuesta de Hameroff y Penrose.

Firmado por los científicos Dirk K F Meijer y Hans J.H. Geesink de la Universidad de Groninga, en Holanda, teoriza que nuestro cerebro, además de ser un órgano de procesamiento ligado a nuestro organismo, con el que intercambia información continuamente, está vinculado al resto del universo a nivel cuántico.

Según Meijer y Geesink, a dicho nivel, nuestro cerebro estaría conectado con campos cósmicos como el de la gravedad, el de la energía oscura, el de la energía punto cero o el de las energías de los campos magnéticos de la Tierra.

Esa conexión se daría a través de mecanismos bien establecidos por la teoría cuántica como el entrelazamiento cuántico (que vincula a partículas entrelazadas más allá del espacio-tiempo) o el efecto túnel cuántico (que se da cuando una partícula cuántica viola los principios de la mecánica clásica, al atravesar una barrera de potencial imposible de atravesar para una partícula clásica).

La idea nos recuerda a la propuesta en 2008 por un estudio, en el que se relacionaba la capacidad de orientación de las aves migratorias con una posible “conexión cuántica” de estas con el campo magnético terrestre; aunque en aquel caso el campo magnético no “conectaba” con el cerebro de las aves, sino con los electrones presentes en los iones más inestables de sus retinas.

El idioma es una geometría

Meijer y Geesink proponen que el cerebro podría “comunicarse” con esos tipos diversos de campos gracias a una geometría, la conocida como geometría de toro o toroidal, que básicamente está constituida por espirales circunscritas en una esfera (se puede entender imaginando una rosquilla).

Al parecer, el toroide es la forma que tienen los átomos, los fotones y toda unidad mínima constitutiva de la realidad. Pero no solo: Según los investigadores holandeses, nuestro cerebro se organizaría también siguiendo esta estructura (aquí hemos hablado antes de las geometrías que forma el cerebro en su actividad).

Esa coincidencia geométrica es la que permitiría al cerebro acoplarse a los campos que nos rodean, para recibir de ellos información continuamente en forma de ondas. Gracias a esto, en nuestra mente se actualizaría, de manera continua, un espacio de memoria global simétrica al tiempo.

Además, el acoplamiento y ajuste continuos del cerebro a los campos externos, afirman Meijer y Geesink, permitirían guiar la estructura cortical del cerebro hacia una mayor coordinación de la reflexión y de la acción, así como hacia una sincronía en red, que es la necesaria en los estados de consciencia.

La mente como campo

Pero los investigadores holandeses van más allá de todo esto en sus postulados. También señalan que la consciencia no es exclusiva del cerebro, sino que surgiría en todo el universo a escala invariante, de nuevo a través del acoplamiento anidado toroidal de varias energías de campos.

Quizá esto pudiera relacionarse con el concepto de “protoconsciencia” de Hameroff y Penrose del que hemos hablado antes; e incluso con la idea de la matriz de información universal del paradigma holográfico propuesto por el físico David Bohm en el siglo XX.

Meijer y Geesink llegan a describir la mente como un campo situado alrededor del cerebro (lo llaman campo estructurado holográfico), que recogería información externa al cerebro y la comunicaría a este órgano, a gran velocidad (no en vano hablamos de procesos cuánticos). Los investigadores aventuran que este hecho podría explicar la rapidez con la que el cerebro registra y procesa información del entorno, a nivel consciente e inconsciente.

Ese campo estructurado holográfico estaría, según ellos, en la cuarta dimensión o espacio-tiempo, aunque tenga efectos en nuestro cerebro tridimensional e incluso en la manera en que percibimos el mundo en tres dimensiones.

Curiosamente, una idea “parecida” proponía hace unos años el antropólogo Roger Bartran, en su obra Antropología del cerebro: la conciencia y los sistemas simbólicos, aunque en aquel caso la parte de consciencia humana “fuera del cerebro” se ubicaba en los sistemas culturales, con los que algunas regiones cerebrales están estrechamente ligadas.

Implicaciones

Para los científicos holandeses, su hipótesis tiene profundas implicaciones filosóficas: Sugiere que existe una “profunda conexión de la humanidad con el cosmos” que nos obliga a tener “una gran responsabilidad sobre el futuro de nuestro planeta”, escriben en su artículo.

Asimismo, su teoría podría conllevar un atisbo de respuesta para la pregunta con la que iniciamos este artículo: ¿Cómo los procesos cerebrales (es decir, físicos) dan lugar a la consciencia, que es inmaterial?

Quizá sea que existe un campo mental situado en la cuarta dimensión, allí conectado a otros campos externos mientras, al mismo tiempo, forma parte física de nuestro cerebro. Pero habrá que esperar a que ese campo mental sea una certeza para poder lanzar conclusiones definitivas.

Referencia bibliográfica:

Dirk K.F. Meijer, Hans J.H. Geesink. Consciousness in the Universe is Scale Invariant and Implies an Event Horizon of the Human Brain. NeuroQuantology (2017). DOI: 10.14704/nq.2017.15.3.1079.

Martes, 12 de Diciembre 2017
Yaiza Martínez
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