MICROBIOTA
Nuestra microbiota contiene 100 billones de microorganismos, incluyendo como mínimo 1.000 especies diferentes de bacterias que comprenden más de 3 millones de genes, 150 veces más que en el genoma humano. De hecho, la microbiota intestinal puede pesar hasta 2 kg.
Cada día existe más evidencia de la relación entre los intestinos, y su efecto sobre nuestra salud mental y los científicos cada vez tienen más pruebas. Muchos estudios han comprobado, cómo los cambios en los microbios que nos ayudan en la digestión producen también cambios en nuestro cerebro, justamente con las enfermedades más frecuentes, tales como la ansiedad y depresión. Y esto se demuestra repetidas veces en ratones, donde la presencia o ausencia de microbiota en los intestinos puede hacer que los animales desarrollen comportamientos relacionados con la ansiedad, como por ejemplo evitar la exposición a luces brillantes o salir a espacios abiertos.
Esta relación entre ambos órganos posiblemente se deben a pequeñas moléculas presentes en el cerebro que ayuden a las bacterias intestinales a piratear nuestras emociones.
Recientemente una investigación con ratones que sugiere que las bacterias intestinales afectan al tipo y la cantidad de microRNAs, moléculas que ayudan a las células a funcionar manejando la producción de proteínas, en las regiones del cerebro que controlan la ansiedad.
En esta investigación, los científicos compararon a ratones normales, cuyos tractos gastrointestinales tenían una presencia normal de bacterias, con otros criados en ambientes estériles, sin ninguna microbiota intestinal, y observaron que en las regiones cerebrales que controlan la ansiedad (amígdala y córtex prefrontal), los ratones sin bacterias tenían una sobreabundancia de algunos tipos de microRNAs y una escasez de otros, comparados con los ratones normales. Y despues de exponer los ratones esterilizados a microbios, sus niveles de microRNAs se acercaron más a los de los ratones normales.
También examinaron los niveles de microRNAs en la amígdala y el córtex prefrontal de ratones cuya microbiota había sido reducida por el uso de antibióticos, y observaron que sus niveles de estas moléculas estaban desequilibrados, igual que lo estaban en los ratones sin bacterias.
De aquí la creencia que la microbiota intestinal afecta a los niveles de ansiedad de su anfitrión a través de la manipulación de los microRNAs en regiones del cerebro muy concretas.
Los investigadores no conocen aún, como las raterías modifican la producción de estas moléculas en el cerebro. Quizá envíen señales a través del nervio vago, el canal de información parasimpática de los intestinos.
También es posible que la acción de esta bacterias produzcan sustancias que provoquen al sistema inmune para genere otras sustancias que causen que el cerebro fabrique más menos cantidades de determinados microRNAs. Posiblemente, esto se parece a un fenómeno de autoinmunidad.
Cabe la pregunta de cómo determinados medicamentos probióticos sirven para favorecer la presencia de determinados microbios en los intestinos y si ello puede regular los niveles de microRNA en determinados sitios del cerebro, para así atenuar los niveles de ansiedad, y desarrollar nuevos medicamentos para enfermedades psiquiátricas y neurológicas.
La relación del intestino y alimentación sobre nuestro psiquismo ha sido muy estudiado. La influencia sobre enfermedades como la depresión o la ansiedad, justo después del cerebro, serían los intestinos?
Nuestro intestino tiene ‘su’ cerebro. Se llama sistema nervioso enterico (SNE) y es una división del sistema nervioso que se encarga de controlar directamente el sistema digestivo. Se encuentra en las capas de tejido que revisten el esófago, el estómago, el intestino delgado y el colon, y los científicos estudian qué relación tiene este cerebro intestinal con nuestro estado de ánimo y nuestro comportamiento.
Su función principal es controlar la digestión de alimentos, desde el momento de tragar pasando por la liberación de enzimas que ayudan a descomponer la comida en el estómago hasta el control de los flujos sanguíneos que ayudan a absorber los nutrientes útiles y desechar los innecesarios. Durante todo el proceso, se comunica con nuestro cerebro con resultados profundos que aun están por comprender del todo.
Durante mucho tiempo, los científicos han considerado que la ansiedad y la depresión contribuían a provocar problemas como síndrome del colon irritable y patologías intestinales como estreñimiento, diarrea, hinchazón, dolores y molestias estomacales.
Ahora, nuevas evidencias muestran que la relación podría ser recíproca, y que lo que ocurre en nuestras tripas afecta también al cerebro, provocando que las personas que padecen cualquiera de esas enfermedades sea también más proclive a sufrir desequilibrios emocionales, depresión y ansiedad.
Actuales estudios demuestran que la microbiota, el conjunto de millones de bacterias que viven en ellas. Cada uno llevamos en nuestro estómago e intestinos unos dos kilos de estos microorganismos.
Aunque su efecto es casi siempre positivo y necesario para el correcto funcionamiento de nuestro cuerpo (ayudan a digerir la comida, eliminan compuestos que podrían resultarnos tóxicos y evitan la proliferación de bacterias peligrosas), también pueden tener repercusión sobre cómo nos sentimos.
Estas son dos formas comprobadas por la ciencia en las que la microbiota afecta a nuestra salud mental.
Todos sabemos que nuestro estado mental afecta a nuestros intestinos. Cuando estamos muy disgustados se nos hace imposible comer y uno de los síntomas habituales de la depresión es el estreñimiento.
Quizá no resulte tan intuitivo, pero es igualmente cierto que la misma reacción se da al revés, y que el estado de nuestro tracto digestivo afecta a nuestro estado anímico.
Un equipo de científicos de la Universidad College de Cork, en Irlanda, probó a alimentar a un grupo de ratones con Lactobacillus rhamnosus, un tipo de bacteria probiótica común en los yogures, y a otro grupo con un caldo sin esas bacterias.
Cuando después obligaron a todos los ratones a nadar en aguas profundas, los animales alimentados con probióticos lucharon por mantenerse a flote, mientras que los otros se hundían sin oponer resistencia, indicando la versión ratonil de una depresión. Al situarlos en un entorno desconocido, los primeros se atrevieron más a menudo a salir y explorar que los segundos, que se quedaron atrás buscando consuelo en sus compañeros, una señal de ansiedad.
Otro estudio, llevado a cabo en la Universidad de California Los Angeles, dio a un grupo de mujeres yogures enriquecidos en probióticos dos veces al día durante cuatro semanas; a otro grupo le dio productos lácteos no probióticos y a un tercero, su dieta habitual.
Tras las cuatro semanas, todas pasaron por un escáner para medir su respuesta cerebral, y resultó que el grupo que había consumido yogures probióticos mostraba unos resultados distintos en cuanto a las funciones cerebrales tanto en reposo como en respuesta a una tarea de reconocimiento de emociones.
La microbiota nos cambia la personalidad; científicos de la Universidad McMaster trabajaron con dos variedades distintas de ratones, elegidas por sus diferentes personalidades: una de ellas era tímida y retraída, y la otra más sociable y atrevida.
Los científicos eliminaron toda la microbiota de ambas variedades dándoles antibióticos, y después les suministraron a cada una las bacterias intestinales de la otra variedad. Y descubrieron que a la vez habían intercambiado sus personalidades: los tímidos ahora eran sociables, y los sociables ahora eran tímidos.
La dieta no cura la depresión. Al menos no hay evidencias científicas hasta la fecha de que esto puede ocurrir. Aunque la relación directa entre el sistema digestivo y los desequilibrios emocionales es cada vez más sólidamente reconocida, los expertos advierten de que todavía no se sabe lo suficiente como para establecer un tratamiento.
Sin embargo, sí que hay algunas recomendaciones alimentarias generales para prevenir la depresión. Estas son las 5 claves que determinó un estudio al respecto:
1. Seguir patrones de dietas tradicionales, como la mediterránea, la noruega o la japonesa.
2. Aumentar el consumo de frutas, verduras, legumbres, cereales enteros, frutos secos y semillas.
3. Incluir un alto consumo de alimentos ricos en ácidos grasos poliinsaturados con Omega 3.
4. Sustituir comidas insanas por alimentos saludables y nutritivos.
5. Limitar el consumo de alimentos procesados, comida rápida, productos de repostería industrial y dulces.
La depresión es un problema de salud que provoca discapacidad para llevar a cabo una vida normal. Según la OMS, afecta a más de 300 millones de personas en todo el mundo.
El tratamiento debe ser multidimensional, incluyendo medicación, tratamiento psicológico, sesiones de apoyo individual y/o en grupo y otra serie de actuaciones que resultan beneficiosas para mejorar este problema de salud mental. El ejercicio físico sigue tomando fuerza como un tratamiento útil y que debe ser tenido en cuenta para mejorar los casos de depresión, algo que detallaremos a continuación.
El ejercicio físico resulta positivo en problemas de salud mental como la depresión, cada vez hay más indicios de que no solo supone una recomendación, sino que realmente el ejercicio debe considerarse como un tratamiento útil para mejorar los casos de depresión.
Así lo afirman los investigadores que realizaron un metaanálisis incluyendo estudios de alta calidad metodológica (ensayos clínicos aleatorizados) en los que se comparaba la ejecución de ejercicio con un grupo control que no lo realizaba, todo en sujetos con diagnóstico de depresión.
Los resultados que obtuvieron en este análisis que abarcó una muestra de casi 1500 sujetos es que el efecto del ejercicio físico tenía un potente efecto contra la depresión. En estos estudios se comparó el ejercicio con el grupo control que no hacía nada, y se vio que el efecto del ejercicio (principalmente aeróbico moderado-intenso fue el utilizado en las intervenciones) resultaba muy beneficioso.
Según los investigadores, el ejercicio tiene un efecto antidepresivo bastante signficativo en personas afectadas por depresión, incluso con diagnóstico depresión mayor.
Los datos de este estudio apoyan considerar el ejercicio como un tratamiento para la depresión basado en la evidencia.
Por lo tanto, esta opinión, puede (y debería) incluirse en las pautas de tratamiento para problemas de salud mental como la depresión, siempre indicado y supervisado por los profesionales de la salud y del ejercicio, que trabajen de manera coordinada.
MIGUEL LÓPEZ PAREJA@miguelhd