LAS PASTILLAS DEL AMOR
Nada ha cambiado por que la estructura no se ha modificado.
Vivimos mejor, si algunos , otros no.
El mayor desastre ocurrido en la historia de la humanidad es el bombardeo de un Hospital Infantil, peor que esto no hay nada y además no es propio de un ser humano estos lo hacen los demonios porque a los animales no se les ocurre nada parecido
La ciencia avanza y vivimos más y mejor, pero seguimos siendo igual de bárbaros que hace tres mil años. Solo hay que leer a Homero para ver que en cuanto a envidias, odios, resentimientos, crueldades o locuras del amor nada ha cambiado. Progresamos en lo material –Helena de Troya no disponía de Instagram para mandar selfies a sus pretendientes; a Aquiles quizá le hubiera salvado la vida una dosis de penicilina en el talón–. Pero en cuanto a las emociones, cero evolución.
No hay más que ver lo que está haciendo Putin en Ucrania, o contemplar el demencial fenómeno Trump, o estudiar la relación entre Johnny Depp y Amber Heard. Queda camino por recorrer. La buena noticia, o eso parece, es que la química viene al rescate. Para empezar, pronto dispondremos de medicamentos que acabarán de una vez y por todas con las penurias del amor. No sé si vamos a reparar los desórdenes del amor pero si tenemos que reparar la convivencia que a lo largo de los siglos no ha cambiado absolutamente nada.
El libro recientemente publicado del infinito en un Junco muestra cómo Alejandro magno quería conquistar el mundo entero y se preocupaba por lo que iba a ser cuando tuviera conquistado todo. Este estúpido no es producto de la evolución humana es la evolución de un demonio que además ha germinado y el hombre sigue haciendo quizás no guerra pero con armas más mortíferas
UN MUNDO FELIZ.
Mediante la genética y el clonaje se condiciona a las personas para que vivan en un mundo feliz.
Categorización de las personas según sean genéticamente. Se
condiciona a los niños y niñas desde edad temprana para que se adapten a su categoría en la sociedad.
Comparación de sociedades modernas y sociedades más antiguas, que se deben evitar.
Una sociedad mecanizada (se pierde el miedo, la soledad, el dolor…), donde se pierden los vínculos padres/madres- hijos/hijas.
Hay un concepto del amor y de la muerte absurdo, la figura de Dios se sustituye por la del arquitecto de ese sistema, Ford.
Representación de dictadura con apariencia de democracia donde la gente no conoce nada más allá.
Anna Machin, antropóloga de la Universidad de Oxford, dijo en un discurso la semana pasada que se ha evolucionado lo suficiente en neuroquímica como para que “de aquí a cinco años” podamos comprar pastillas en las farmacias que nos ayuden no solo a enamorarnos, sino a lograr que el amor perdure. Esto esto que dice la doctora Machín es una tontería como la Copa de un pino, porque no es esto lo que necesita el ser humano sino la paz la convivencia el reparto proporcionado la lucha contra las enfermedades pero sobre todo erradicar los grandes desniveles sociales y que la guerra se convierta el libros de los que no lee nadie y que están archivadas en las bibliotecas solemnes
Un componente de dichas pociones sería la oxitocina, que impulsa la atracción. Machin, autora de un libro llamado Why we love (por qué amamos), dijo que llegará a ser normal que antes de salir un sábado por la noche en búsqueda del amor la gente se inyecte un chorro de oxitocina en la nariz. Pero la oxitocina no solo sirve para la etapa inicial de una relación. Genera la producción de la dopamina y la betaendorfina, hormonas adictivas que, según Machin, hacen que dejar la pareja se vuelva tan complicado como abandonar la heroína.
Desde hace mucho tiempo se conoce que la oxitocina es el neurotransmisor del amor. Pero esto es sacar de contexto los problemas que está sufriendo el mundo que son siempre los mismos. Dominar al que está por debajo y no respetar sus derechos y sobre todo yo soy el mejor y los demás quedan muy lejos.
Otro recurso para preservar el amor sería la MDMA, también conocida como éxtasis. La MDMA promueve la empatía, por tanto, sirve para que uno vea los problemas a través de los ojos del otro y ayuda a que se transmita, a los sectores más primarios del cerebro, una sensación de permanente enamoramiento.
Tras interesarme por lo que propone Machin empecé a leer más. Me he enterado en revistas como New Scientist y en oscuros artículos académicos de que en las fronteras de la farmacología se concibe suministrar estas drogas del amor no solo a individuos o parejas con problemas, sino a todo el mundo, sin excluir a los niños. Con lo cual entramos en la visión del futuro que el autor Aldous Huxley retrató en su novela Un mundo feliz , publicada en 1932.
¿En un futuro no tan lejano se podría obligar a la sociedad a consumir las pociones del amor?
Esto sería fácil de hacer De hecho la adicción que muestra el ser humano la droga es un intento de buscar la felicidad y de hecho lo consigue temporalmente a cambio de quebrantar su salud y hacerse inhóspito en el medio social
A través del consumo universal de determinadas drogas, llamadas soma, se crea una utopía en la que, según la imaginación de Huxley, la guerra y la pobreza han sido eliminadas. En el remoto caso de que uno se sintiera envidioso, enfadado o triste, la solución es fácil: consumir un gramo de soma. Si uno necesita sexo, siempre habrá alguien disponible y siempre habrá un chicle hormonado para activar el deseo mutuo. En este mundo la promiscuidad es la norma; la monogamia es inmoral. ¿Por qué? Porque la fidelidad genera conflicto y la promiscuidad conduce al objetivo más deseado, la estabilidad y la paz.
Un mundo feliz describe un mundo utópico, irónico y ambiguo donde la humanidad es permanentemente feliz, donde no existen guerras ni pobreza y las personas son desinhibidas, tienen buen humor, son saludables y tecnológicamente avanzadas.
Esto que se le ocurrió a Huxley es lo que hace nuestra sociedad en la actualidad buscar algo que la redima de la infelicidad que sufre
Así es el cielo en la tierra de Un mundo feliz, salvo en determinados rincones del planeta donde las drogas reguladoras de las emociones no han llegado. Los seres humanos que viven aquí siguen siendo “salvajes” y su papel es subrayar el mensaje irónico del libro. El punto de partida de Huxley es que un mundo perfectamente feliz es a lo que todos aspiramos, pero al final se pregunta si realmente es deseable; si la vida sin conflicto es vida. Su respuesta es que no.
El libro concluye con un debate entre dos de los protagonistas, uno de los diez todopoderosos “controladores” del mundo y un “salvaje” –o sea, un individuo como nosotros– llamado John. El salvaje empieza diciéndole al controlador que el mundo que ha construido se ha vuelto “demasiado fácil”.
“Nosotros preferimos el confort”, responde el controlador.
“Pero yo no quiero el confort”, dice el salvaje. “Quiero Dios, quiero poesía, quiero peligro, quiero libertad, quiero bondad, quiero pecado”.
“De hecho, entonces, pides el derecho a ser infeliz”.
“De acuerdo –responde el salvaje–. Pido el derecho a ser infeliz… Prefiero ser infeliz a tener la falsa, mentirosa felicidad que tienen ustedes”.
Se trata de la misma falsa, mentirosa felicidad que se nos avecina, según Anna Machin y otros académicos. Mis lecturas me han revelado que hay varias investigaciones científicas en camino que exploran la posibilidad de crear un mundo más amable –más “moral”, dicen algunos– a través de los medicamentos. Pero, como Machin tiene la sensatez de advertir, traerá “problemas éticos”, precisamente los que resalta Huxley. Por ejemplo, el que se postula en un artículo en la revista New Scientist. ¿En un futuro no tan lejano se podría llegar al extremo de que tengamos una sociedad en la que el consumo de las pociones del amor se vuelva obligatorio?
Contesto a la Dra. Machin, que desde que el hombre arbóreo, este es el pri ncipio que usa , yo el primero y si caben, los demás.
Y sobre todo el malestar interior, expresión de lo exagerado morfológicamente que están los anillos del sistema de alarma en el hombre “EL DIENCEFALO”
Las pastillas de la empatía no les vendrían mal a Putin y a Trump, y quizás a Depp y Heard
El artículo señala el precedente de las respuestas estatales en casi todo el mundo a la pandemia de la covid. Todos a confinarse, todos a vacunarse: si no, castigados por la ley o por el exilio social. “Tras aquellas medidas coercitivas a gran escala –dice New Scientist– , ¿por qué no considerar la imposición de intervenciones biomédicas destinadas al bien común, aunque vayan en contra de la voluntad del individuo?”.
Llegará el día, concluye el artículo, en el que las posibilidades que ofrece la ciencia generarán un tormentoso debate. Sé de qué lado estaré yo. La vida es lucha, la vida es incierta, es un constante enfrentamiento con el azar. Así la hemos entendido siempre. La alternativa que se nos puede presentar es un coñazo: un mundo soporífero, neutro, blando en el que no habrá poesía, como dice el salvaje John, en el que no habrá conflicto, no habrá ni bien ni mal, en el que no habrá –horrores– periodistas, ya que no habrá nada nuevo que contar.
No sé qué va a pasar en el futuro pero el presente es bastante malo y no muy diferente del que nos cuenta la historia con diferencia que los daños ahora son más grandes y mutilantes.
Quizas es necesario cambiar el punto de investigación y pensar que el cerebro que estamos utilizando no da para más no es capaz de encontrar la esencia de la vida.
Este pobre cerebro nuestro que ha tenido que luchar mucho para tener la arquitectura que tienen nuestros días has repetido muchas funciones que casi seguro han comprometido los resultados de sus pretensiones..
El manejo de las emociones y de los sentimientos es de tal complejidad que posiblemente es debido a qué determinadas estructuras de nuestro cerebro cómo es el diencéfalo repite y repite funciones que están encaminadas a vivir en paz con las emociones y dada su complejidad y su repetición de funciones no lo consiguen y por ello acude a drogas que lo aproximen a un discreto grado de paz, y de paz interior.
Se podría hacer una excepción y obligar a todos los gobernantes, los “controladores”, a consumir las pastillas de la empatía y el amor. No vendría mal que se las dieran cada mañana con el desayuno a Putin y a Trump, quizá también a parejas especialmente demoníacas como Depp y Heard. Pero por lo demás, diría yo –como diría Aldous Huxley–, el cielo puede esperar.
Es posible que el cielo pueda esperar, pero nosotros al paso que vamos, no podemos ni esperar ni vivir en esta inquietud de los Jinetes de la Apocalipsis.
Necesitamos otro cerebro y mi obsesión es la aparición de los DOLICOCEFALOS, que al crear un nuevo telencéfalo, regules los vestigios de los animales que forman parte de nuestro encéfalo actual.
Me sirven los artículos de la Vanguardia, para apostillar la idea, de que nuestro cerebro esta mal terminado y necesita cambios.
Sobre todo no repetir la jugada, de yo soy el principal y a los demas que le den.
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RUBIO SÁNCHEZ, SAR