A cada uno lo suyo

MIGUEL / TRUJILLO / PÉREZ | ACTUALIZADO 02.12.2012 – 01:00

HOY se nos hace imprescindible hablar, a corazón abierto, del neurocirujano de ‘cinco estrellas» don Enrique Rubio García, jerezano de pro a quien nuestro Ayuntamiento debiera haberle dedicado ya, en la plenitud de su vida, una de las más importantes calles de la ciudad.

En el amplísimo ‘curriculum’ de don Enrique cabe destacar, entre otros importantes logros, el de jefe del Servicio de Neurocirugía del Hospital «Vall d’Hebrón» de Barcelona, el de jefe del Servicio de Neurocirugía de la muy acreditada clínica barcelonesa ‘Delfos’, el de profesor de la Universidad Autónoma de Barcelona, y, últimamente el de miembro de la Academia de Medicina y Cirugía de Cádiz.

Destacamos aquí, por la importancia social que tiene, que don Enrique Rubio es hijo de don Juan Rubio, un modesto trabajador que al igual que Jesús y José lo fueron de Nazaret, ejerció en nuestra ciudad el noble pero poco lucrativo oficio de carpintero. Sus tres hijos, Enrique, Nicolás y Juan han sido, sin lugar a dudas, su más alta y preponderante inversión en esta vida. Los tres hermanos, desde el alba de su formación educativa, en vez de dedicarse, como otros hacían, al juego de la pelota en El Mamelón, se dedicaron a estudiar en firme, y los provechosos resultados, como todo el mundo puede comprobar, están a la vista.

El viernes pasado, organizado con todo lujo de detalles por el Ateneo de Jerez, a las ocho de la tarde-noche, tras ocultarse el sol por los arenales de Doñana, don Enrique Rubio García pronunció en el Salón Cultural de la ONCE una interesantísima conferencia bajo el título ‘Empatía y Cerebro’ de la que, con las carencias que uno tiene sobre tan importante materia, entresacamos lo siguiente:

La empatía -dijo don Enrique- es la comunicación afectiva con los demás y que es una especie de mecanismo psicológico importantísimo en el desarrollo de nuestra personalidad. Las ‘neuronas en espejo’, recientísimamente conocidas por la ciencia, son las que, sin lugar a dudas, están engrandeciendo y elevando al ser humano a cumbres insospechadas. ¿Por qué unas personas se comportan de una forma y otras de otra? ¿Por qué unas son buenas y otras, pese a su formación y cultura, son extremadamente perversas? – se preguntaba el conferenciante. ¿Por qué los nazis, tan cultos ellos, cometieron las salvajadas que cometieron? ¿Por qué existe tanta distancia entre Hitler y santa Ángela de la Cruz?

Comentó también don Enrique Rubio que la explicación está en tener un cerebro sano o enfermo. De un cerebro sano puede esperarse lo mejor, de uno enfermo sólo pueden esperarse atrocidades o memeces de alto calado. Parece ser que antes que una persona haga o diga algo, alguien o algo se lo revelará anticipadamente.

El destacado colaborador de la neurocirugía moderna – en el Salón Cultural de la ONCE de Jerez-, abarrotadísimo, dijo «que algo muy grande está a punto de aparecer en el mundo, que algo grande está ocurriendo que nos está haciendo evolucionar a pasos agigantados. Sí, algo grande parece que está a punto de acontecer, ¡se ve, se palpa!»

Afirmaba don Enrique en su conferencia que el hombre, y muy especialmente en estos tiempos, no es feliz en absoluto, y, acongojado, se preguntaba: ¿por qué no es feliz el hombre?, ¿por qué teniéndolo casi todo no somos felices?, ¿quién nos está robando la felicidad?, ¿quién nos está estrangulando el albedrío?

El cerebro humano, dijo el conferenciante, es una máquina perfecta, que alguien parece pensar por nosotros, que la empatía, ésa que cada vez debería hermanarnos más, nada tiene que ver con la educación que recibimos. Sólo un cuatro por ciento de la población mundial nace enferma; ¡un noventa y seis por ciento de la población nace completamente sana! Y si esto es así, y lo es sin duda alguna, ¿quién mutila nuestros sentimientos?, ¿quién nos hace peores?»

A punto de concluir su interesantísima conferencia, don Enrique dijo, generalizando, «que en modo alguno podemos desentendernos de nuestros hermanos, que hemos nacido para ser generosos con los demás, para arrimarle un vaso de agua al sediento, un trozo de pan al hambriento y a ser el buen samaritano de todo aquel que, derrumbado, apremiantemente nos necesita».

La presentación de la conferencia estuvo a cargo de Mara Rubio, hija y secretaria ‘de lujo’ de don Enrique. Mara, con la grandeza que siempre lleva consigo la sencillez, mostró a los asistentes el amplio y merecido ‘curriculum’ de su padre y los indiscutibles logros alcanzados durante su importantísima trayectoria profesional.

El acto terminó con un fortísimo aplauso para el conferenciante y como se está haciendo preceptivo en estos casos, se abrió un interesante y enriquecedor coloquio que dejó en el ambiente unos agradables momentos de reflexión.

Don Enrique -como nos tiene acostumbrados- desarrolló el tema con autoridad y sapiencia. Transmitió al público sus ideas, sumergido en los manantiales de su siempre lúcido pensamiento. Supo poner miel en los oídos del público asistente, y, sobre todo, llenar de esperanza nuestros escépticos y adormilados cerebros tantas veces puestos a prueba en estos tan confusos como convulsionados tiempos que nos ha tocado vivir.

Damos gracias al cielo por habernos ‘parido’ a don Enrique en esta bendita tierra de María Santísima, al Ateneo de Jerez por habernos organizado este magnífico acto, a la ONCE por habernos acogido en su estupendo Salón Cultural, y, como no podía ser de otra forma, a nuestro conferenciante por el impagable regalo de haber tenido la oportunidad de escucharle. ¡A cada uno los suyo!